Me mira todas las mañana cuando despierto por el costado izquierdo y me recuerda una de mis incapacidades, me dice:
"¿No crees que me falta un poco de color?"
Con el sueño me siento incapaz de tomarle atención, me doy media vuelta y lo ignoro. Cada madrugada lo mismo, cada palabra la siento como una cátedra de mi vida.
A veces no puedo ignorarlo y observo su capa con ausencia de tonalidad y movimiento gracias a las inexistentes sombras, lleva casi dos años con sus diarias demandas y cada víspera del radiante sol y de las precarias lluvias tiendo a dar promesa de, por fin, concederle la vida que tanto anhela.
Cuando salgo de la casa a veces me persigue, aparece cuando siento un lejano sonido a bronce, cuando las reinas y los peones sueles danzar por sus diferentes destinos, cuando las vitrinas me hacen replantearme mis excesos y las frustraciones que cargo.
Por momentos me deja tranquila pero es cada noche cuando sagradamente se empeña en invadir mis pensamientos y en conversar conmigo sobre las metas del día siguiente, siempre son las mismas: "ya, mañana sí".
Sé que debe estar molesto conmigo, sé que le he fallado y sé que algún día no veré su rostro si no una capa que le cubra el cuello seguido por el sombrero y su larga nariz desaparecerá, su espalda será la que me vea despertar en un acto de indignación pero, por las noches, mientras duermo, seguirá reflexionando sobre mí y, quizás, me perseguirá en sueños. Se volteará y me mirará en la profundidad de la noche cuando el cuerpo se apaga y pensará, antes de cambiar de horizonte:
"Cuando me dé la vida, se sentirá capaz de hacer cualquier cosa."
martes, 6 de marzo de 2012
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